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Opinión

Asimetrías brutales, Lichita

Por: Estefanía Ciro*

Te cuento Lichita: el primero de abril de 2021, un Boeing C-17A Globemaster III despega desde Asunción, en Paraguay, y ya ha estado en Colombia, Ecuador, Bolivia y Argentina. Es un avión que permite despliegues tácticos, transporte de enormes cargas de suministros militares y movimientos de tropas. Esas presencias atraviesan todo el continente llevando y trayendo guerra, incendiando países, monitoreando movimientos «incómodos» y apoyando las Fuerzas de Tareas Conjuntas (FTC).

Estas fuerzas nacen de la terca y larga tradición de Estados Unidos en acciones de guerra que combinan diferentes fuerzas –armadas, policiales, antidrogas, aéreas, marinas– y que es apropiada con ímpetu en las décadas recientes en nuestro continente, desde Colombia hasta Paraguay.

La Fuerza de Tarea Conjunta del Paraguay se creó en 2013 y fue la que te atacó. En una operación de guerra convirtieron la cacería a seis niñas y su tía en las selvas del Paraguay, que esperaban que abrieran la frontera, cerrada por la pandemia, para regresar a Argentina. Asesinaron a dos niñas de 11 años y de ti, Lichita, no sabemos aún nada. Tu melliza, Ana, huyó con dos chicas más y Laura está en una cárcel. Todo un aparato de guerra para aplastar a seis mujeres, niñas la mayoría, en las selvas del Paraguay.

Lichita, otra Fuerza de Tarea Conjunta, en Colombia, también asesinaba niños y niñas. Por lo menos hay constancia del asesinato en dos bombardeos que asesinaron más de 20 niños; uno de ellos en Caquetá el 29 de agosto de 2020 y el otro el 2 de marzo de este año. Fue debido a las denuncias de las familias y de los pobladores de las regiones que se pudo constatar cómo uno de los ejércitos con mayor presupuesto y apoyo de Estados Unidos en la región, tuvo como objetivo militar jóvenes y niños; Rosa Marina, la menor, tenía nueve años. Las fotos de los pobladores dejaban ver pequeños restos de pies alrededor de un cráter. Todo un aparato de guerra para aplastar niños y niñas en las selvas de Colombia. «Máquinas de guerra» los denominó el ministro Diego Molano.

Donde estés Lichita, te quiero contar que otro tanto sigue pasando en Colombia. El viernes pasado le dispararon a una comunicadora nasa y su hija de cinco años, quienes están en este momento con pronóstico reservado. En los portales y puertos de resistencia todas las noches llega el Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) a disparar, hostigar, lanzar la metralleta de aturdidoras y lacrimógenos con los que destruyen ojos y cabezas. La policía, convertida en un ente militar, detona un teatro de guerra para atacar a los y las jóvenes, sus padres y madres que exigen un nuevo pacto histórico por la vida y contra la impunidad.

La Misión Internacional de Solidaridad y Observación de los Derechos Humanos de Argentina concluyó que lo que ocurre en Colombia es una masacre, en un solo día se contabilizaron entre ocho y 10 jóvenes asesinados por el Esmad, declaró que hay un ejercicio claro de «terrorismo de Estado» con apoyo paramilitar, que ha detonado en una dolorosa y extensa lista de denuncias de desaparición, por ejemplo. El aparato de guerra –que aún tiene la anuencia de Biden– para aplastar la posibilidad de un futuro.

Diariamente, la fuerza pública y hombres de civil han disparado y han asesinado extendiendo no solo la lista de asesinados, desaparecidos y maltratados, sino quebrando una sociedad muy difícil de sanar en una Colombia que ya le costaba reconciliarse con sus pasados. El presente tampoco lo permite y nos retumban las palabras de Brecht «Cuando los de arriba hablan de paz, el pueblo llano sabe que habrá guerra».

Es una asimetría brutal, Lichita. Es un aparato represor continental que quiere imponer una guerra civil, pero no hay tal. No hay igualdad de condiciones entre los actores, ni interés tampoco en igualarse. La juventud reclama su futuro. La asimetría de las armas y el orden de guerra también es brutal por la distancia que existe en la dignidad del pueblo, que no se compara a la inexistente legitimidad de los estados, los imperios, las autoridades y las élites de América Latina.

Lichita, tus primeros pasos fueron en una cárcel. Los jóvenes cabalgan el miedo en Colombia. La Minga indígena late la dignidad histórica del pueblo colombiano. Hace 60 años se canta en Perú, y la tarareas tú Lichita: «la sangre del pueblo tiene rico perfume, huele a jazmines, violetas, geranios y margarita; a pólvora y dinamita…amarillito amarillando crece la flor de retama».

*Doctora en sociología, investigadora del Centro de Pensamiento de la Amazonia Colombiana, AlaOrillaDelRío. Su libro más reciente es Levantados de la selva

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