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Opinión

El PRI: de partido de Estado a partido en crisis

Por: Héctor Alejandro Quintanar*

En algún momento del siglo XX mexicano, el llamado “partido de la Revolución” (PNR, PRM y luego PRI) llegó a contar en su número de afiliados –voluntarios o no– con la quinta parte de la población mexicana, en un hecho sólo comparable en tamaño con organizaciones como el Partido Comunista chino o el soviético con sus millones de militantes; fenómeno que eran apenas una de las características que hacían del tricolor un pilar del régimen político más exitoso, por su duración, en América Latina.

A la par de esa condición de amplio partido, el PRI despuntó también como la única organización política mexicana con real implantación nacional; como una nómina cuya élite era también la élite en la maquinaria del poder; como una estructura que aglutinaba intereses e ideologías contradictorios, al mismo tiempo considerada con “potencial fascista” que con “potencial socialista”, y cuya complejidad generó, por mucho tiempo y pese a su relevancia, más consternación que reflexión historiográfica de parte del ámbito académico.

Fue el intelectual mexicano Luis Javier Garrido quien llenó ese hueco a través de una investigación acuciosa, cuyo resultado sería un análisis insuperable sobre el origen del PRI y se tornaría en libro clásico de la ciencia política mexicana: El partido de la Revolución institucionalizada (1982), cuya profundidad desentraña no sólo una organización partidista, sino también al régimen político mexicano. A partir de esa profundización y reflexiones posteriores, Garrido consideró algunas tesis explicativas centrales sobre el PRI.

• El PRI fue partido de Estado, no partido hegemónico: desde la perspectiva de algunos académicos europeos, principalmente Giovanni Sartori, se definía al PRI como partido hegemónico, entendido como uno que omitía el pluralismo. Sin embargo, la noción de hegemonía desde una perspectiva gramsciana implica que la prevalencia en el poder se obtenga por el convencimiento y consenso social.

La distinción del PRI fue muy diferente. Tradicionalmente los partidos surgen desde la sociedad para competir por el poder. El PRI tuvo un origen contrario: nació desde la cúspide del poder no para competir por él, sino para mantenerlo, y su preeminencia se explica no por apoyo convencido, sino por el dominio financiero, logístico y material de los recursos del Estado. El PRI y antecesores –PNR y PRM– emergieron, a iniciativa de Plutarco Elías Calles en 1928, como proyecto que se arrogaba ser expresión legítima para gobernar a nombre de la Revolución Mexicana, en un marco presuntamente pluralista, pero donde el dominio estatal del partido hacía excepcional, o acaso imposible, el acceso al poder de alternativas políticas. De ahí que la definición más precisa fuera “partido de Estado”.

• Pese a su tamaño, el PNR no fue organización popular, sino un factor de centralización: los partidos tradicionales suelen ser instancias de socialización política y electoral. El partido de la Revolución, por el contrario, fue en su origen un mecanismo de control –mediante la cooptación o coacción– para neutralizar a núcleos de poder locales, regionales y nacionales, como cacicazgos, grupos campesinos armados u otros partidos menores que también se reclamaban “de la Revolución”; cuestión que fue crucial para la construcción del Estado posrevolucionario. En este marco, la vida militante del partido resaltaba como una imposición más que una decisión y la democracia interna no aparecía siquiera como aspiración.

• La ideología del PRI fue una vaguedad que incluyó intereses e idearios contradictorios: más allá de los principios del “nacionalismo revolucionario”, sitos en la Constitución de 1917, como tesis priístas, en los hechos el partido fue pilar fundamental de sistema político mexicano en su totalidad, que como tal absorbió, controló o cooptó proyectos ideológicos e intereses variados de preeminencia intermitente. Tras el desplazamiento del callismo en 1936, el proyecto del cardenismo dio a la organización un relativo acercamiento popular y de clase, cuestión que luego fue suplida por la prioridad de entablar vínculos con la iniciativa privada y limitar la política agraria. Esa dualidad, más que zigzagueo sin rumbo, era resultado de un intento del régimen posrevolucionario por abarcar sin competencia la vida pública mexicana y el forje de instituciones donde coexistieron tanto el autoritarismo como cierto proyecto de nación anclado en el nacionalismo revolucionario.

• El partido de la Revolución primero la institucionalizó… y luego la burocratizó: en su origen como organización proveniente de un conflicto armado, el partido de la Revolución aglutinó en su inicio a grupos en pugna y, en algún momento, ostentó una tentativa de pretenderse organización popular. Sin embargo, en el contexto de la posguerra y ante la tentativa de tornarse en el “partido de la unidad nacional”, el tricolor se corrió a ser una organización que no generaba, sino que acataba líneas de conducta de quien fuera, en los hechos, su líder real: el presidente de la República. La conversión del PRM al PRI significó el tránsito a una organización donde la retórica revolucionaria prevalecía pero el partido jugaba un papel de acompañante del centralismo, “reglas no escritas” y verticalismo del aparato de gobierno; sin democracia interna y donde el peso de las grandes decisiones, como la selección de su candidato presidencial, recaía en el titular del Ejecutivo y no en la militancia del partido.

• La ruptura de 1986 en el PRI no fue sólo del partido, sino del régimen político: los partidos políticos suelen vivir sus conflictos internos por dos razones: el debate de sus principios ideológicos y la definición de sus candidatos a cargos de elección. El PRI operó como excepción de esta regla gracias a su verticalismo, embozado en la “disciplina partidaria”, hasta 1986, cuando irrumpió la Corriente Democrática encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas. Esa corriente emergió como grupo que cuestionó las reglas no escritas del presidencialismo, fundamentalmente la facultad metaconstitucional del presidente de elegir a su sucesor mediante la mecánica, concretada en 1951, del tapado.

La impugnación de la Corriente Democrática, empero, no era sólo contra la ausencia de democracia interna del partido, sino también contra la pérdida de los principios del nacionalismo revolucionario en el gobierno, sometido desde 1982 a los dictámenes del exterior y al giro neoliberal. La salida de la corriente en 1987 y la candidatura de Cárdenas, en 1988, cimbrarían no sólo al PRI, sino también al país, al agrietar la preeminencia tricolor, que a la postre evidenciaría un proyecto común –neoliberal en lo económico y no democrático de apariencia bipartidista en lo político– con el PAN.

• El fin de los principios del nacionalismo revolucionario… ¿es también el fin del PRI?: La imposición del salinismo en el PRI significó un abandono del mínimo compromiso social entrañado en el nacionalismo revolucionario. Tras la alternancia de 2000 hacia el PAN, la cúpula del priísmo optó por acompañar el proyecto también neoliberal del panismo, tanto con Fox como con Calderón. El apoyo priísta a reformas neoliberales que continuaron el desmantelamiento del Estado, sobre todo la Ley del ISSSTE en 2007 y la transigencia ante la privatización petrolera de 2008, significaron una paradoja: el PRI abonaba en destruir instituciones que el régimen posrevolucionario construyó, y esa destrucción no sólo afectaba al país, sino que significaba también que el PRI, al atentar contra su propia historia, se encaminaba a su autodestrucción.

• La ruptura de 1986 en el PRI no fue sólo del partido, sino del régimen político: los partidos políticos suelen vivir sus conflictos internos por dos razones: el debate de sus principios ideológicos y la definición de sus candidatos a cargos de elección. El PRI operó como excepción de esta regla gracias a su verticalismo, embozado en la “disciplina partidaria”, hasta 1986, cuando irrumpió la Corriente Democrática encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas. Esa corriente emergió como grupo que cuestionó las reglas no escritas del presidencialismo, fundamentalmente la facultad metaconstitucional del presidente de elegir a su sucesor mediante la mecánica, concretada en 1951, del tapado.

La impugnación de la Corriente Democrática, empero, no era sólo contra la ausencia de democracia interna del partido, sino también contra la pérdida de los principios del nacionalismo revolucionario en el gobierno, sometido desde 1982 a los dictámenes del exterior y al giro neoliberal. La salida de la corriente en 1987 y la candidatura de Cárdenas, en 1988, cimbrarían no sólo al PRI, sino también al país, al agrietar la preeminencia tricolor, que a la postre evidenciaría un proyecto común –neoliberal en lo económico y no democrático de apariencia bipartidista en lo político– con el PAN.

• El fin de los principios del nacionalismo revolucionario… ¿es también el fin del PRI?: La imposición del salinismo en el PRI significó un abandono del mínimo compromiso social entrañado en el nacionalismo revolucionario. Tras la alternancia de 2000 hacia el PAN, la cúpula del priísmo optó por acompañar el proyecto también neoliberal del panismo, tanto con Fox como con Calderón. El apoyo priísta a reformas neoliberales que continuaron el desmantelamiento del Estado, sobre todo la Ley del ISSSTE en 2007 y la transigencia ante la privatización petrolera de 2008, significaron una paradoja: el PRI abonaba en destruir instituciones que el régimen posrevolucionario construyó, y esa destrucción no sólo afectaba al país, sino que significaba también que el PRI, al atentar contra su propia historia, se encaminaba a su autodestrucción.

La reflexión académica de Garrido sobre el PRI fue también un análisis indispensable sobre la naturaleza del régimen político mexicano. Tras 93 años de existencia, el otrora partido omnipotente vive el momento más complicado de su historia y su cúpula apuesta a una alianza con el PAN, mientras voces en su seno alertan sobre la viabilidad exitosa de dicha unión y, acaso, la viabilidad futura del partido. Tras el abandono de su proyecto fundacional y como casi subordinado en una alianza con el blanquiazul, el augurio del tránsito hacia la autodestrucción del PRI, expuesto por Garrido en 2007, más allá de su dureza retórica, puede abonar a la reflexión sobre el estadio actual que guarda el partido.

*Académico de la Universidad de Hradec Králové, República Checa. Autor del libro Las raíces del Movimiento Regeneración Nacional

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