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Opinión

El último lector | Dogstoievski

Por: Rael Salvador

—Guau, guau, gua…

La serenidad es un perro con sarna, al que ya nadie molesta. Es pelitieso, de repugnantes ojos acuosos y eso lo aleja de las dolencias de cualquier cariño. Su deterioro es su defensa, su sólida protección en esta torpe vida. 

Sentado en la banca verde de un parque, observando con ternura la admiración de sus dos nietos ante las cabriolas de Perrostoievski, Henry Ward Beecher anota con lápiz en un pequeño cuadernillo:

“Sí, no me cabe la menor duda, el perro fue creado especialmente para los niños. Es el Dios de lo Alegre”. 

—Guau, guau, gua…

Supurando, con las pezuñas y su hocico hace su nido en la niebla y ya no aúlla al desdén de la Luna ni molesta más con sus quejidos lastimeros a la indiferencia de los hombres.

Sentado en la banca amarilla de un parque, mirando con delectación la sonrisa de su hijo autista ante los acercamientos graciosos de Perrostoievski, Ben Williams reflexiona hacia sus adentros:

“No existe mejor psiquiatra en el mundo que un cachorro lamiendo tu cara”. 

—Guau, guau, gua…

Adora la libertad de saberse rechazado, ama el albedrío de su instinto y, así, moviendo el rabo como bandera rota, canta sus himnos de vagabundeo a la respingada flor de los vientos.

Sentado en la banca negra de un parque, sintiendo en la  tristeza de su ser la mirada tonta y sincera de Perrostoievski, Josh Billings masculla en un suspiro para sí mismo:

“ Un perro es la única cosa en la Tierra que te amará más de lo que tú te amas a ti mismo”.

—Guau, guau, gua…

Comiendo lo que encuentra, asume de la basura la felicidad. El hambre lo ha sensibilizado para el placer de cualquier mendrugo. Lame el hueso del aire y le lagrimean los ojos; rasga la piel del tiempo y saliva como una bendición para la sed de su lengua.

Sentado en la banca blanca de un parque, agitado por el desastroso desorden de las cosas, Samuel Butler mira con determinación a un hombre que juega de buena gana con Perrostoievski y eso lo hace decir las siguientes palabras:

“El mayor placer de tener un perro es que puedes hacer ridiculeces con él y no sólo que él no te criticará, sino que hará ridiculeces contigo”.

—Guau, guau, gua…

La noche lo atrapa en su red, regalándole el tintineo luminoso de millones de estrellas. A veces el frío lastima sus pútridas heridas, pero es para mantenerlo en la loca peregrinación, repartiendo los evangelios de su lealtad al mundo.

Sentado en la banca marrón de un parque, con la gabardina hasta las orejas y sorbiendo un trago de café con alcohol, Mark Twain ve como Perrostoievski guía a un invidente por lo escabroso de un paraje y grita a los árboles mudos haciendo volar a los pájaros: 

“¡Sí, el perro es un caballero. Espero llegar a su paraíso, y no al de los hombres!”. 

—Guau, guau, gua…

La muerte es su novia eterna, le abre todos los caminos al riesgo. Ella olvida intencionalmente su guadaña a la deriva, disfrazada de piedra o de ola, o de barranco, para que en la oscuridad de la existencia humana tropiece su canilla con el infortunio y lo devuelva a sus epilépticos brazos de zorra. 

Sentado en la banca anaranjada de un parque, acariciando el lomo de un libro sobre gatos y mirando la dignidad de Perrostoievski descansando sus correrías en lo alto de un montón de arena,  Henry Wheeler Shaw piensa que su riqueza lo ha dejado mal parado con respecto al animal preferido de su infancia y, expulsando el humo de su habano, deja escapar este murmullo sincero:

“Sí, el dinero puede comprarte un lindo perrito, pero no puede comprar que sacuda su cola”. 

—Guau, guau, gua…

Como un gran gusano de peluche con lodo, transfigurando la soledad de su rostro en obligada alegría, la lengua le cae como un flojo relámpago rosa que se convierte en el desteñido péndulo de mermelada que hace sonar las sordas campanadas de la derrota.

Sentado en la banca del Parque Revolución, observo desalentado cómo un hombre golpea con un periódico —no cualquier periódico, quizá El Mexicano, quizá El Vigía, quizá El Zeta, quizá El Frontera— el hocico de un cachorro rebelde,  evidenciando las diferencias de lo humano animal y lo animal humano, entonces concluyo sorprendido:

“Si tomas a un perro hambriento y lo haces próspero, no te morderá. Sí, esa es la principal diferencia entre el perro y el hombre”.

—Guau, guau, gua…

No dormir, no soñar, no comer; amando sólo las crudas “siberias” de sus realezas… Esa es la eterna Navidad de los solitarios perros sin dueño, de los Perrostoievskis —o Dogstoievskis— en esta periódica estupidez que llamamos, no sin cierta religiosidad política, vida ciudadana.

—Guau, guau, gua…

raelart@hotmail.com

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