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Opinión

El último lector | Secuestrados

Por: Rael Salvador

Esta lectura, amargo sabor a tinta; el secuestro, imagen de violencia, sangre reconfigurando el horror en el teatro de la mente. Víctima de la desventura, si se tiene la fortuna de vivir —que no siempre es así—, el plagiado narra lo que padece, ofrece su fruto de dolor como certificación de la “absoluta” oscuridad del abismo. Apocalipsis carnal y monto económico, donde los miembros del cuerpo cercenado —dedos, aullidos, orejas, testículos, lágrimas, el alma misma— ofrecen el duro testimonio de la impiedad y el desfiguro social del dinero fácil.

Balbuceo el fuego de un discurso, el libro de Julio Scherer García, “Secuestrados”. Con la maestría del realismo medular, proceso designado al periodismo, el ex director general del periódico Excélsior devela, detalle a detalle —dibujando desde lo íntimo—, el infierno de uno de los rostros más canallas de la condición humana.

Una madrugada, el relámpago devastador del crimen golpea la realidad y la destroza: Julio Scherer Ibarra, hijo del fundador de la revista Proceso, es secuestrado…

La voz salvaje, espiral enjuta, trucada de insultos, revela los procedimientos, el monto y la hora.

El dolor del secuestro convoca, llama a la emoción muda, obliga a obsequiar —el reloj valioso, los centenarios heredados, el sufrido ahorro y su destino—, a acercar aquello que sustituirá lo que ya no se puede salvar con la palabra.

“Si no lo entrega al amanecer matamos a su hijo”, reescribe el padre angustiado, instante tras instante, como un goteo de ácido en la memoria.

Lo narrado es una lección de solidaridad; explica los porqué y el cómo. Ausculta la categoría infame, ensangrentada y falaz, de la banda secuestradora, y medita la propia llama desorbitada donde tienen que coexistir la mesura, la rabia, la impotencia y el acierto.
Julio Scherer García, premio Manuel Buendía en 1986 —y quien rechazó el Premio Nacional de Periodismo en 1998— nos ofrece el paisaje devastado de una dura batalla, cada vez más cruenta, donde México parece heredar no sólo el terror colombiano, en materia de narcotráfico, pobreza y secuestros, sino el proceder de un legado criminal de las dictaduras del Cono Sur: el Terrorismo de Estado, subsidiado éste por las valijas de dólares que, en la silenciada Operación Cóndor, llegaban desde los Estados Unidos, sembradora de un horror desnudo y demoníaco, “muy humano”, que involucró a servidores públicos, policías y soldados, jueces y oligarcas; es decir, a condecorados Escuadrones de Muerte.

Cuando Scherer García habla de su propio secuestro, en manos de militares guatemaltecos, cubriendo como periodista internacional la atmósfera viciada de las dictaduras y los triunfos de la “oposición” democrática o de Izquierda, se da pie para rememorar la experiencia de Miguel Bonasso, político y escritor argentino, ex director del diario Noticias y autor de la novela “Recuerdo de la muerte”, libro que espejea el sanguinario proceder del dictador Jorge Rafael Videla.

Y, duro retrato de una época que extiende su imagen como película, trae a sus páginas el caso Juan Gelman, poeta y periodista bonarense. Su cruenta experiencia con la dictadura, siendo uno de los poetas con mayor prestigio en Latinoamérica, lo llevan al exilio por Europa.

Y es ahí, en París, donde se entera de la detención en 1976 de su hijo Marcelo Ariel, de 20 años, y de su nuera Claudia, de 19 años (embarazada de 8 meses y medio), los cuales encontrarán la muerte en las manos de los militares argentinos.

En 1978, un sacerdote jesuita, el padre Cavalli, le informa a Gelman del nacimiento de su nieta en un centro de detención de Uruguay. Los restos de Marcelo Ariel son encontrados, junto con otros siete jóvenes, en tambos rellenados con cemento y sumergidos en un canal, con tiro en la nuca incluido. De Claudia, lo único que se supo es que dio a luz a su bebé, entregada a un matrimonio estéril (ahora sabemos). La poesía y la indignación, por el amor a su sangre, a su familia y por el terror perpetrado por la dictadura, llevaron a Juan Gelman a no claudicar “hasta saber el destino final de mi nieta o nieto”.

Cuando le pregunté por la terrible noche de la dictadura argentina, con las mismas palabras con lo que a hora testifica el maestro Julio Scherer García en “Secuestrados”, Juan Gelman me respondió: «La dictadura militar dejó una herencia de temor, que se manifiesta de distintas maneras, y que ahora probablemente se manifieste con más temor que nunca, más que en los años de la dictadura militar. Causa de eso el hecho de que no se haya castigado por ley, es decir por impunidad, impunidad que se manifiesta en las maneras más diversas, en todos los terrenos, empezando por el terreno económico. Con toda impunidad estos gobiernos han vendido el patrimonio nacional que al pueblo argentino le llevo muchas décadas conquistar. Me refiero a las ventas telefónicas, a los yacimientos petrolíferos, a los ferrocarriles… Todo esto se malvende y no hay forma de pararlo. El presidente Menen saca un gobierno por decreto; incluso lo que el parlamento puede desear frenar, el gobierno por decreto le saca un nuevo “decreto” de emergencia… y se llevan todo. Esto es lo que Noam Chomsky llamaría un Cenado Virtual. Que está fuera y por encima de la determinación del pueblo argentino. Esta es una impunidad con tranquilidad. No se conoce el destino de los más de treinta mil desaparecidos, no se sabe siquiera cómo fue, me refiero a la cosa particular, de cada familia; sabemos algo porque habló una de estas personas, de los torturadores, por televisión, y otro también, diciendo como había tirado a treinta prisioneros vivos del avión al mar. Pero ¿quiénes son? No dijo. ¿Quiénes eran los pilotos que manejaban el avión? No dijo. ¿Quiénes habían sido los médicos que habían puesto las inyecciones? No dijo. ¿Quiénes eran los sacerdotes que bendecían a los represores, porque estaba “bien” lo que hacían separando la paja del trigo? Se suponía que la paja eran los prisioneros y el trigo eran los sospechosos, y la Argentina así tubo su baño de sangre. Qué se puede decir a estas alturas, después de tantos años. Yo sé de una señora que le desaparecieron el hijo, quien durante quince años, desde su desaparición, le sirvió en su lugar en la mesa un plato de sopa caliente, como la que tomaba el muchacho cuando salía del trabajo; durante 15 años estuvo preparando la sopa caliente y dejando la puerta sin llave. Muchas familias tuvieron que vivir con este dolor y con esta esperanza. Hoy la mayoría quiere una tumba para sus familiares… Este tipo de impunidad produce una perversión muy particular en la sociedad, donde se aplaude el robo de cuello blanco y se condena a muerte al raterito de antenas. Las víctimas principales de las dictaduras militares son las sociedades».

Aseveran los sabios de oriente que nada viene de la nada, que todo tiene origen en caldos de cultivo, así se den a llamar laboratorios sociales o en experimentos políticos, que nunca tardan en perder el control en la impunidad y la avaricia, la corrupción y el militarismo o el ansia religiosa del dinero.
Viejos nombres como el de Andrés Caletri o Daniel Arizmendi —y Aurelio, el hermano sádico—, todos de vileza constituida, quedaron como cicatrices que unifican a familias lastimadas, mientras otras heridas se abren…

Libros como el de “Secuestrados”, una cruda maravilla más que nos heredó Julio Scherer García, nos ayuda a entender el imaginario social y a atender con urgencia nuestra realidad próxima, supurante y sin salida.

raelart@hotmail.com

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