Opinión

Nosotros ya no somos los mismos / Ortiz Tejeda

Por: Ortiz Tejeda

Ciudad de México, 29 de noviembre.- De nueva cuenta esta sensible columneta se ve conflictuada: casi medio mundo se ha pronunciado de forma bastante equilibrada sobre las opciones que presenté a su consideración en relación con la temática a abordar cada semana: a) comentar los diarios acontecimientos que, para bien o mal, nos incumben e involucran, y b) cronicar, dejar testimonio de hechos del pasado que vale la pena recrear porque, importantes en su momento, sus consecuencias nos alcanzan y permiten entender la actualidad con mayor objetividad, nos previenen de excesos o nos estrujan y reclaman ante una injustificada pasividad e indolencia.

Reconozco que la expresión medio mundo con la que pretendí expresar tan sólo algunos miles, resulta exagerada, dado que la población mundial a noviembre de 2021 es de 7 mil 800 millones de personas y, honestamente, los lectores no alcanzan ese aceptable número de adictos. Pues ante esta tan parejera definición de multitud, a la columneta no le queda otra que procurar, como si fuera un sesudo y habilidoso funcionario público que pretende un ascenso, quedar bien con todos, o sea campechanear. Platicaremos sobre esta obsesión córdoba/murayamesca de ser los CEO de un organismo autónomo y, al tiempo, ejercer la facultad exclusiva del Congreso: legislar. Pero también exhumar actitudes, dichos, comportamientos de los hombres de poder: presidentes, secretarios de estado, gobernadores, obispos, cardenales, monseñores, intelectuales, millonetas, vedettes, líderes obreros, campesinos, empresarios que han tenido tal repercusión y que han sido elementos importantísimos en la conformación de lo que podemos llamar la idiosincrasia mexicana.

Pongamos un ejemplo, remontándonos al pleistoceno y déjenme platicarles de don Adolfo Ruiz Cortines, presidente de nuestro país de 1952 a 1958. A quien se llamaba Adolfo El Viejo (para distinguirlo de su sucesor, Adolfo López Mateos) nació en Veracruz en 1889, o sea a finales del siglo antepasado. En 1944 fue electo gobernador, aunque sólo ejerció hasta 1948, fecha en la que el presidente Miguel Alemán lo designó secretario de Gobernación. Cuentan sus biógrafos que sus estudios de contador lo llevaron a ser pagador del Ejército e incorporarse al sector de revolucionarios que firmaron el Plan de Agua Prieta, último acto violento de la Revolución de 1910 y que fue organizado por Álvaro Obregón, Calles y Adolfo de la Huerta. Su participación en la actividad política siempre fue en ascenso, aunque su elección presidencial no estuvo exenta de incidentes violentos y represión a simpatizantes del militar mencionado.

Sin lugar a duda, lo que más afectó la candidatura de don Adolfo fue el enorme desprestigio con el que terminó el gobierno alemanista, que inicia el vergonzante amasiato entre el poder político y el económico. Éste, mucho más permanente y con muchas menos limitaciones y restricciones para su comportamiento dentro de la vida comunitaria. El cambio de actitud, talante y vida, personal y oficial, entre una presidencia y la otra fue tan contrastante que repercutió en una oportunidad extra que el pueblo decidió otorgarle, de nueva cuenta, al gobierno y al partido que, pese todo, aún usufructuaba el título de legatario absoluto de la heroica Revolución. La insurgencia sindical y varias y justas demandas campesinas ensombrecieron este sexenio pero, comportamiento y vida cotidiana nos mostraron dos formas totalmente opuestas de ejercer el poder.

El viejo, sobrio, austero Adolfo fue un parteaguas, como estoy seguro de que lo hubiera sido Colosio después del nefasto gobierno de Salinas. La próxima semana tendrán ustedes algunas historias que, envueltas en un dejo de humor, nos manifestarán lo que ahora digo. Estoy seguro de que las disfrutarán. Vaya un ejemplo: un gobernador (que lo era gracias a los buenos oficios del entonces secretario de Gobernación y en ese momento, ya jefe del Ejecutivo Ruiz Cortines), llegó presuroso y agitado a la audiencia con su compadre/presidente. De inmediato le dijo: con la buena noticia de que ya tengo resuelto el problema de mi estado. Después de días, noches, semanas, comidas y hasta terribles francachelas, lo conseguí, compadre/ Presidente, lo conseguí. Después de un efectista silencio, el señor Presidente, habló: querido amigo/gobernador: agradezco su atingencia para con anticipación proponer soluciones a problemas de esta naturaleza. Solamente quisiera recordarle algunas minucias que tal vez haya olvidado: los sucesores a ser gobernadores dentro de mi sexenio y los posibles senadores, son mi privilegio. Los diputados federales son el espacio para reconocer liderazgos de los sectores que conforman el partido. Los diputados locales representan el respaldo más seguro para la invulnerabilidad de los gobernadores, y, finalmente, no olvide compadre, que los presidentes municipales son el verdadero interés político de los ciudadanos. Ellos son los encargos que más significado tienen para la gente, por eso es la misma gente la que los debe elegir.

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