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Opinión

Rumor de Álamos

Por: Juan Arturo Brennan

Álamos, Sonora. Han cambiado los tiempos y los vientos políticos en Sonora. Y como consecuencia lógica, han cambiado también los tiempos y los vientos culturales. Muchos de esos cambios fueron claramente perceptibles en la reciente edición, la número 38, del Festival Alfonso Ortiz Tirado (FAOT), que se realiza cada fin de enero en este pequeño y parco pueblo de la sierra sonorense. La usual abundancia de músicas, músicos y otros asuntos impide hacer un recuento medianamente completo; a cambio, van algunos apuntes de lo visto y escuchado en el FAOT.

Esta vez, con lo mejor por delante. De todo lo que atestigüé en los días y noches del festival, nada más destacado que el espléndido concierto ofrecido por la cantante sonorense Elena Rivera y el Cuarteto Latinoamericano.

A diferencia de otras sesiones con repertorios demasiado mixtos y confusos, aquí hubo un programa de canción popular (y algunos trozos instrumentales) impecablemente seleccionado, preparado e interpretado, con una sólida complicidad entre los cinco y, entre otros méritos notables, la constatación de que Elena Rivera sí entiende que estas canciones se cantan como lo que son (sin demérito alguno de la calidad vocal) y no como falsas arias de Verdi o Puccini, algo que muchos y muchas de sus colegas no han asumido. Un brillante recital, programado en el templo de la Purísima Concepción, y que bien pudo haber hecho lucir alguna de las Noches de Gala del Palacio Municipal alamense.

Otro momento relevante del festival fue la gala de clausura, en la que la soprano Lourdes Ambriz recibió, y bien recibida, la tradicional Medalla Alfonso Ortiz Tirado. Junto con su colega Verónica Alexanderson (mezzosoprano) ofreció un programa bien estructurado, de repertorio bien diferenciado que se inició con Mozart y culminó con Álvaro Carrillo, todo muy bien cantado por ambas. De especial brillo, dos de los duetos que cantaron, con buen ensamble y conocimiento de causa, ambos muy famosos: la Barcarola de Los cuentos de Hoffmann, y el bellísimo Dueto de las flores de Lakmé. Sobra decir que Ambriz y Alexanderson tuvieron también muy buenos logros en lo que cantaron individualmente. Además, comentaron las piezas del programa con justeza y brevedad, en contraste con otros momentos del festival en los que el bla, bla, bla se hizo eterno.

Momento emotivo particular, ocurrido la noche anterior: el triunfo de la cantata Sueños de Arturo Márquez, natural de Álamos, que contó con buenas participaciones de la mezzosoprano Alejandra Gómez y el barítono Juan Carlos Heredia, y una presencia enjundiosa del Coro de Cámara de la Licenciatura en Música de la Universidad de Sonora. Muy atractiva resultó también la gala de ópera y zarzuela acompañada muy eficazmente por la Banda Sinfónica del Estado de Sonora dirigida por Renato Zuppo. Aquí, el tenor Alan Pingarrón y la soprano Angélica Alejandre le pusieron castañuelas, buenas voces y picardía a los números de zarzuela, con resultados muy atractivos.

Muy buenos momentos también en el recital de la joven y galardonada soprano sonorense María Li, en cuyo programa hizo resaltar las cadenciosas cualidades de la canción y la zarzuela cubana, como también hizo la soprano chihuahuense Anabell Garfio con su inmersión en el divertido mundo de la opereta. Y en medio de todo esto, y algunas otras cosas interesantes cuya glosa quedará para otra ocasión, un espectáculo bastante fallido, en varios sentidos, a cargo de Susana Zabaleta.

Dejo para el final la mención de dos presencias destacadas que dieron valor añadido a algunas de las sesiones de este FAOT. Por un lado, el experto pianista Ángel Rodríguez, quien se encargó de acompañar los recitales de Arturo Chacón y María Li, siempre al servicio de los cantantes. Y por el otro, Héctor Acosta, quien al frente de su orquesta, la Filarmónica de Sonora, se encargó de arropar con buena mano el recital de Ambriz y Alexanderson, así como la velada en homenaje a Arturo Márquez.

Entre otros pendientes que detecté en el 38 FAOT en Álamos: controlar la programación para evitar las repeticiones de ciertas músicas (que en esta ocasión fueron abundantes) de un recital a otro, dotar con urgencia a la Orquesta Filarmónica de Sonora con un complemento instrumental completo y necesario, y pensar en la elección del espacio adecuado a cada acto.

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