Cultura

Conduce Jorge Drexler una empatía sonora en Cádiz

Por: Armando G. Tejeda / La Jornada

Cádiz, 30 de marzo.- Todo fue música y poesía en la conversación que sostuvo el uruguayo Jorge Drexler con el director teatral español Ignacio García, que se realizó ayer en el contexto del Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), en Cádiz.

En el patio del Edificio Constitución 1812 de la Universidad de Cádiz, el público entonó Milonga del moro judío, una experiencia comunal de coordinación de voces. Se creó ese momento intangible y mágico en el que “todo flota”, como estimó Drexler.

En la charla, el “cancionista” uruguayo Jorge Drexler se propuso divagar en “esa atávica relación entre la palabra y la música”, que asume como un misterio que sólo pudieron explicar a través de la cita de un poema de Ángel María Garibay, que lo llamó “la luminosa prisión del alfabeto”. Bajo el título Canción y verso, los artistas dialogaron sobre la palabra, la voz, la música y sus misterios.

Al inicio de la conversación, Drexler explicó: “Cuando me subo a un avión y me preguntan mi profesión, yo respondo: músico. Y eso es tanto una verdad a medias como sería si pusiera poeta. Yo no me considero ni estrictamente un músico, porque tengo formación musical, pero trabajo con músicos que realmente dominan, que leen a primera vista, que saben trasponer en distintas tonalidad, que saben orquestar, cosas que yo no sé hacer. Y tampoco me considero un poeta porque tengo muchos amigos poetas y veo la relación que tiene un poeta con el texto, y es muy diferente a la que tengo. Soy un cancionista, pero si pongo cancionista en el formulario del aeropuerto quizá me expulsen”.

Los artistas buscaron la definición de la palabra canción en el Diccionario de la Real Academia Española (RAE), la cual explica que es “una composición que se canta o hecha a propósito para que se le pueda poner música”.

El dramaturgo sostuvo que “la canción es un monstruo inasible. No sabemos si es popular o es culto, festivo a un tiempo y profundo… Es imposible entender el origen de la literatura universal y a Homero sin que sea un canto rapsódico que se hace por los caminos del Hélade y que luego, si se pasa a un papel ahí pierde parte del fenómeno fónico. En una preciosa cita de Ángel María Garibay, que retoma Miguel León-Portilla, lo llama la luminosa prisión del alfabeto. Cuando los mexicas o los mayas pasan de los pictogramas a la codificación escrita, se habla de esta maravillosa prisión del alfabeto, porque es una jaula de oro, pero evidentemente quita parte de ese enigma, de esa maravilla visual que tenían los escritos originales”.

Posteriormente, Drexler se refirió a la hipótesis de que “antes de hablar con palabras separadas, nos comunicábamos con bloques sonoros, con lo cual a mí me gustaría creer que cantábamos antes de empezar a hablar”.

En la conversación sobre la importancia de la palabra en el proceso compositivo y la fuerza de la letra en la canción, el artista uruguayo compartió que una de sus canciones favoritas del español “es Volando voy, de Kiko Veneno, y no lo es por el análisis del texto o de la melodía; tampoco porque se da esta conjunción melódica curiosa y ese madrigalismo tan bonito que tiene la melodía, lo es por algo que realmente no es fácil de discernir. Uno canta la canción y tengo la sensación de ir caminando por la costa de la Caleta, y uno se va llenando de alegría, una que no está presente en ninguna de las partes, sino en ese misterio que tiene la suma de las partes”.

Drexler explicó que en sus orígenes como cantautor no escribía las letras, que eso le parecía imposible de hacer y que, por lo tanto, las encargaba a otras personas. Ya después empezó a escribirlas, pero siempre componía primero la melodía y después escribía la letra, nunca al revés.

“La música es algo que nos sale espontáneamente y la letra es algo que requiere mucha paciencia. En mis primeros cinco discos nunca escribí una letra antes de la música. La primera vez que lo hice fue a raíz de trabajar con otros cancionistas que sí le daban más importancia al texto que a la música. Y me di cuenta de que también lo podía hacer. La primera canción que escribí así se llama: Guitarra y vos.”

Drexler relató su primera relación con la métrica y cómo descubrió el que ahora es uno de sus formatos preferidos, la décima espinela: “Una noche estaba en la sala Galileo Galilei de Madrid, sentado en una mesa con Joaquín Sabina, y me dijo que anotara. Encontré un posavasos que utilicé como papel y escribí: ‘Yo soy un moro judío / que vive con los cristianos, / no sé qué Dios es el mío / ni cuáles son mis hermanos’. Lo escribí en espiral y vi que era una cuarteta maravillosa. Ahí Joaquín me dijo que era de Chicho Sánchez Ferlosio, un escritor que yo no conocía en ese momento. Pero en una cuarteta sólo resumió todo el análisis histórico y clarísimo, utilizando el octosílabo. Cuando me iba a mi casa a escribir la canción, me dijo Joaquín que la escribiera en décimas. Yo vengo de un país donde se practica mucho la décima, que nace en Málaga con Vicente Espinel, cruza el océano y, como ha hecho muchas veces, América mantiene vivas un montón de tradiciones, que como ha hecho también España, deja morir alegremente. Como las guitarras barrocas de México, el son jarocho, desde el mosquito, la jaraná, el tololocho, que siguen vivas en Latinoamérica. Busqué la décima en Google y así la aprendí”.

Drexler, que cantó varias canciones con el público, describió ese momento así: “La música como aire en movimiento que se practica poniéndose en fase con otra persona, porque en el momento en que cantamos todos juntos ponemos todo un sistema en fase y, de alguna manera, yo canto escuchándolos a ustedes y viceversa. Hay una empatía sonora que se transforma en una empatía humana. Y si eso no es la amistad, no sé cómo llamarla”.

Con información de Fabiola Palapa

Related Posts